Discurso

Julio Serrano Echeverría

Julio Serrano Echeverría

Autor

Nació en Xelajú, Guatemala, en 1983.  Poeta y artista multidisciplinario. Ha publicado varios libros de poesía, crónica y literatura infantil.
Además de desarrollar diversos proyectos entre las artes visuales, la fotografía, el cine y el periodismo. Es cofundador y coordinador creativo en Ocote.

De las ballenas que vuelan o del arte de hacer libros en Guatemala

Julio Serrano Echeverría
leído en el lanzamiento de Filgua el 26 de octubre de 2022.

 

Una amiga argentina me mandó un mensaje “¿tenés la poesía completa de la Pizarnik?” y obviamente, le mentí, le dije que no. Le dije que no porque llevo largos años de pensar que un libro es una excelente manera de conectar a las personas. Y las abuelas de los libros me respondieron amorosamente con un poema de la argentina:

Yo no sé de pájaros,
No conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería de tener alas.

A la primera que pude le regalé a mi amiga exactamente el mismo libro que ella me había dado, que era justo la edición que yo tenía. Y pensé que siempre, siempre habría que decir que sí cuando le van a dar a uno un libro. No negaré que esto me ha traído apuros, pero sé que aquellos libros que no se quedaron conmigo han tenido un bello destino. En realidad no quiero hablar del destino de los libros, sino de las alas.

Mi soledad debería de tener alas, repito en mi cabeza, y las veo, las veo claramente. Veo alas en la editora que me pidió, llorando, que por favor no volviera a la publicidad. No lo decía en demérito del extraño ejercicio de usar el lenguaje para vender ideas o cosas, no, no; lo decía en una abierta apuesta a la poesía, yo acababa de publicar mi primer libro y ella me estaba despidiendo de la agencia que gerenciaba, hubo un reacomodo de personal y tocó. Y siempre voy a agradecerle ese gesto “trabaja en lo que quieras, pero por favor sigue escribiendo”.

Veo alas en el editor que me dijo, nosotros no tenemos dinero, pero acá hay 100 libros de poesía que te podemos donar, y que me llevé en dos cajas a Xela en 2003 para distribuir entre las 6 personas que organizamos el primer Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango financiado por la venta, de puerta en puerta, de aquellos 100 ejemplares de poesía: 20 años después de aquellas 100 alas han nacido varias editoriales, más alas y mucha poesía.

Veo alas en el editor que me llamó un día para preguntarme si conocía a alguien que pudiera adaptar historias de tradición oral maya a cuentos de literatura infantil, y le dije que sí que conocía, pero que me gustaría ser la primera persona de la fila.

Veo alas en la pareja de editores que cambian libros por Incaparina, que se atraviesan la ciudad repartiendo libros y que hace años sacaron un préstamo de 25 mil pesos en una cooperativa para llenar de poesía el camino a Xela una y otra y otra vez. Las alas, esas alas que le crecieron a mi soledad, me han traído acá, al honor de escribir estas palabras para la única fiesta de varios días que todavía aguanto, la Filgua.

Me gusta seguir pensando en las personas que editan libros en este país, qué personajes, de verdad. Pienso en un editor que me movió el piso hablando de la visión económica del país mientras tomábamos café en el funeral del papá de otro editor que, con su padre en la caja, se sumó a resolver el mundo con nosotros, en el rincón de las alas y los libros. Este último me enseñó también a que la mejor pregunta que un editor le puede hacer a uno es “¿y por qué no?”.

Por qué no, así se ha construido la industria editorial en este país. En serio, los libros son un bien, en todo sentido, y en su lado económico alguien los produce, y ese alguien le tiene que meter un montón de recursos, el doble de amor, y el triple de paciencia, para poner ese animalito con alas sobre tu mesa. Libro a libro, pues, a sí se responde esa pregunta del por qué no. Libro a libro y buena casaca. Qué les diré, si un día se sientan a tomar café con una persona que edita libros, sepan que tarde o temprano van a decir que sí, y, muchas de esas veces, será un gran regalo y, de nuevo, el más alto ejercicio de paciencia que tendrán, porque sí, y vaya que sí: si hablamos de que finalmente salga un libro también podríamos hablar del parto de las ballenas. Y sin embargo, vaya si no son hermosas, que esperen todo lo que tengan que esperar.

Ballenas con alas, así justo, y pienso en el inmenso mamífero volando por los aires, cuando otro editor me regaló la que hasta ahora me parece la salida más esperanzadora del futuro próximo, solo 60 palabras me dijo, 60 palabras en un idioma maya, con eso alcanza me dijo. Con eso alcanza para empezar, me dijo. Nk’awomaj ri atzij chuwe’ wach’alal. Las alas, las ballenas con alas. Siempre he pensado que en Guatemala puede pasar cualquier cosa, y pasa. Recuerdo una vez parado en una banqueta frente a una de las fiestas largas que antes aguantaba, hablaba con un amigo astrónomo sobre el fenómeno de la ballena que vuela, uno se asoma acá en Guatemala al balcón y pasan, no siempre, pero pasan. Y hablando de esto estábamos cuando una camioneta agrícola de último modelo se detiene frente a nosotros, baja la ventana, y sale de la ventanilla un tipo rudo y corpulento, con el demonio en la mirada y sí, disfrazado de conejo, esto es literal. Sus orejitas de peluche quedaron dentro de la cabina mientras sacaba miedo cuerpo para preguntarnos una dirección. Y nos tuvimos que servir ronda doble con mi amigo, porque así son las cosas en este país. Vuelan, y son terribles algunas y muchas, hermosas.

Y bueno, que será una feria internacional del libro en un país donde los libros han sido quemados, perseguidos, decomisados, censurados y el listado de aberraciones que hemos visto que las distintas formas de poder han usado para silenciar. Pero quiero elegir una, la maldita indiferencia. Sí, de las bestias con alas más terribles de este país, esa, lo diré con énfasis, ¡la puta indiferencia! La etapa actual de la censura está ya en la estructura: 30, 40, 60 años después del último diseño de analfabetismo perverso, del abandono estructural a las personas, a las empresas e instituciones que generan pensamiento, emoción, criticidad, sensibilidad, estrategia, análisis y las vierten en un libro. Porque sí, si usted es un tomador de decisiones, o es hija, hermano, primo, pareja, vecino, o bien ciudadano o ciudadana, que ya con eso cuenta y sobra, sepa que esos pensamientos, emociones, críticas, sensibilidades, estrategias, análisis, sueños, risas, memorias, rabias, luchas, secretos que caben en los libros, son nuestros, siempre nuestros, de la humanidad entera, del pueblo, del fuego que ilumina y que habla; y que descuidar el fuego es absolutamente imperdonable.

Pero afortunadamente, quienes nos encontramos en los libros, cuando nos crecieron las alas, dejamos atrás una buena parte de la soledad. Y por eso a todas las editoras y editores que dejan el corazón y los riñones en sus mesas, gracias. Gracias prensistas, bodegueros, recepcionistas, correctores, diseñadoras, mercadólogas, libreros, contadores, conserjes, profesores, estudiantes, académicos, artistas, abuelas, tíos, madres, niñas y niños que hacen posible que las ballenas vuelen, gracias porque mi soledad ahora es otra cosa. Nuestra soledad es una con alas.

No quiero terminar sin hablar de una editora de setenta y pico años caminando conmigo en una aldea en la Zona Reina en 2022 -uno de los lugares más recónditos, bellos y olvidados de este país- sudando y enlodada me dijo que por estar ahí en esas escuelas con esos niños, niñas, maestras y maestros ha valido la pena todo. Y se lo dije esa vez y se lo digo ahora, gracias Irene por tu trabajo, fue hermoso ver sobrevolar tanto cetáceo en aquellas montañas. Y a todas las personas que están detrás de que Filgua siga, sepan que tienen no solo nuestra admiración, respeto y gratitud, sino también nuestro cariño, gracias infinitas.